lunes, 30 de septiembre de 2013

El Santuario



 
Es una visita obligada, se crea o no en ella. Es la casa de Vallita, y es, después del atardecer en Juan Griego, el reclamo turístico por excelencia. Es la Basílica Menor de Nuestra Señora del Valle, conocida también como Santuario de la Virgen del Valle y centro de toda la espiritualidad y buena parte del comercio informal de la Isla.
Se trata de un templo pequeño de estilo  Neogótico, cuya planta en forma de Cruz Latina remata en dos pequeñas cruces. Posiblemente construido en 1894, ha sido sitio de varias iglesias, dedicadas todas al culto de la Virgen del Valle desde 1603, fecha en que se tiene registro de la llegada de la Virgen al Valle del Espíritu Santo, ahuyentada de Cubagua por la fuerte vaguada tropical de 1541; iglesias que fueron destruidas por diversas calamidades naturales.  Posee un acceso principal enmarcado a cada lado por unos salientes y dos torres compuestas por cuatro cuerpos con entradas y salientes. Su espacio interior, dividido por  arcos ojivales con pequeñas columnas adosadas, está ricamente decorado en motivos azules y blancos, los colores de la mar y ricos vitrales multicolores.
 Fue declarada Basílica Menor por el Papa Juan Pablo II, en 1995 y a su lado se encuentra el Museo Diocesano, dedicado mayormente a la Virgen del Valle. (Por cierto, aunque soy un fanático de este tipo de sitios, tengo el mal sabor de boca de no haber podido conocerle; cada vez que he ido, está cerrado, así que si usted se acerca alguna vez por la isla y decide escaparse hasta el templo, cosa que, repito, está obligado a hacer, intente mirar el museo, me han dicho que es una maravilla del devocionario popular)
 
 
 
 

domingo, 29 de septiembre de 2013

La Virgen del Valle


Patrona de Nueva Esparta, Virgen Milagrosa, Madre de los pescadores, Protectora de los Neoespartanos, Patrona de Oriente y de la Armada venezolana,  lo que la Virgen del Valle representa para los Margariteños, solo puede compararse, en Venezuela, con el fervor larense ante la Divina Pastora y el marabino ante La Chinita (Nuestra Señora de Chiquinquirá). Puede que salga alguien a discutirlo, pero la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela (y por lo tanto jefa de todas las nombradas) no despierta en el devocionario popular, ni la mitad de las emociones que despiertan las madres regionales. En especial esta hermosa imagen de la Virgen María, venerada en Nueva Esparta y todo el Oriente del país, desde los tiempos en que Cubagua era un rico emporio pesquero.
Es una tradición religiosa que pasa de generación en generación, se tiene por ley divina y es para los orientales, de obligatoria presencia en sus hogares, donde disfruta de sitio preferencial en el altar doméstico.
Se trata de la imagen de la madre de Dios más antigua del continente americano, llegada a Cubagua para salvar milagrosamente a los indios Guaiqueries de la barbarie que los españoles estaban perpetrando contra su raza. Los nativos, desbordados por la situación, pidieron a España se les enviará una imagen de la Inmaculada Concepción para rendirle adoración en uno de los templos que se construían en Nueva Cádiz (La primera ciudad española fundada en América del Sur, ubicada en la Isla de Cubagua)Como quiera que la llegada de la imagen aplacó de algún modo la furia de los conquistadores, su devoción fue consiguiendo una fama que perdura y se engrandece, al mismo ritmo que  lo hace la población Neo Espartana regada por el mundo.
Baste  para explicarlo, quizás, el más famoso de sus milagros: es leyenda que un pobre pescador fue picado por una manta raya cuando cumplía faenas en un manto de coral, la herida de imposible sanación, debido a la ferocidad de la picada, amenazaba con dejarle sin la pierna, lo que significaba no volver a pescar y morir en vida.  Su mujer, aterrorizada ante el pronóstico desolador, pidió a la Virgen del Valle su intersección y el pescador, ofreció que si se curaba, le regalaría la primera perla que encontrase al sumergirse en el mar.  La pierna fue curada milagrosamente y en su primera jornada en la mar, volvió al manto de coral donde había sucedido el accidente;  para su sorpresa, logró pescar una gran perla en forma de pierna, con la marca de una herida donde él había tenido la suya. Esa perla, que existe y puede verse en el  museo que lleva el nombre de la Virgen ubicado a un lado de la Basílica Menor de Nuestra Señora del Valle, es muestra de una fe inquebrantable.  Quizás todo lo demás pertenezca a algún imaginario; lo de los margariteños por su Virgen, no. Está inscrito en su ADN.


 
 

 
 


El Dia de Vallita




Aunque me comen las ganas de meterme en la mar, hoy, primer domingo de mis vacaciones margariteñas, la playa tendrá que esperar.  Es un día imposible de pasar de largo: es el día del cumpleaños de Nuestra Señora del Valle, Patrona del oriente venezolano, Patrona y residente de esta isla y amiga cercana de mi padre, quien era margariteño y ateo, pero tenía un lugar en su corazón para Vallita, la Virgen milagrosa que reparte bondades y favores y ante quien,  cualquier margariteño se quita el sombrero.
Es una fiesta en la que participa la isla entera, con todo el ceremonial al que es tan afecta la iglesia católica  y que reviste una seriedad tan impresionante, que vale la pena vivirla aunque sea una vez en la vida, por el motivo que sea. En mi caso, debo confesarlo, un motivo entre muchas curiosidades turísticas, me obliga. Poco antes de morir, papá me pidió dar un abrazo en su nombre a la Virgen del Valle y saldar con eso todas las cuentas pendientes, yo aun no he podido hacerlo aunque he visitado su santuario en varias oportunidades. He amanecido pensando que hoy es el día. Un día que empieza muy de madrugada con la salida de la imagen sagrada desde el santuario ubicado en el Valle del Espíritu Santo, al son de serenatas con música tradicional, hermosa hasta lo indecible y una primera misa, en la plaza del Santuario, que no reviste la ceremoniosa oficialidad de la misa central, pero si la emocional alabanza de un pueblo que cree y honra a su Señora. 
Hoy, todas las calles de Margarita han amanecido engalanadas, en la mayoría de los portales de las casas “de toda la vida” se han instalado altares cuya imagen central es Vallita ataviada con los colores de la mar, azul y blanco, y en todos los barrios tradicionales, en todas las plazas y sitios públicos y en todas las iglesias de la Isla, no hay más protagonismo que el muy merecido cumpleaños de La Virgen del Valle. Es, además, una celebración impecablemente organizada a la que accede todo el que quiera (y créanme, quiere todo el pueblo) siempre que observe el mayor orden y respeto. Brigadas de voluntarios organizan y vigilan los estacionamientos donde le obligan a dejar su auto, ordenan las filas que con enorme rapidez llenan las “busetas” que nos trasladan hasta la Explanada del Espíritu Santo y mantienen un orden y respeto sacramental que he visto muy pocas veces en mi vida. Pasadas las nueve de la mañana, el Obispo de Nueva Esparta da inicio a la celebración formal de la misa central, en la Explanada donde han llevado la Virgen en solemne procesión.  Es una ceremonia sobrecogedora, que se hace aun más emocionante gracias a la preciosa música tradicional de la isla, hoy vertida toda en su honor.
Una gentil voluntaria me lleva hasta lo más cerca que puedo llegar de la imagen, vestida con sus mejores galas y,  después de hacer las fotos que puedo, me encuentro con ella para cumplir la promesa hecha a mi padre en los últimos días de su vida. Es un momento de profunda emoción que agradezco enormemente. Entonces siento que Vallita también está pendiente de mi y responde a mis súplicas. No me hace falta más nada
 
 

Los encantos urbanos de una isla



Primera buena impresión: a pesar del tramite engorroso de entrada, en el que le hacen sentir que usted está llegando a un país extranjero y eso retarda sus ganas de arena blanca, mar azul; el Aeropuerto Internacional del Caribe Santiago Mariño es un aeropuerto de provincia que está haciendo lo posible por hacerle honor a su nombre. Amplio y despejado, es una puerta de entrada realmente excelente en la que, a pesar de la larga espera por el equipaje (una costumbre nueva en casi todos los aeropuertos del mundo) se adivinan las ganas que ellos tienen de que uno llegue y se ponga cómodo, cosa que se agradece.
De ahí en adelante lo que viene es una ciudad bien llevada a la que sus habitantes no han maltratado tanto y que posee un sitio geográfico realmente envidiable, utilizado con inteligencia por quienes se han ocupado de ponerla a crecer. Por supuesto, hay un poco de desorden urbano y ciertas incongruencias hacen que la Isla no termine de ser una mala copia de alguna ciudad moderna del mundo, pero en este caso, a mi me parece bien. Ese golpe de identidad, de cosa única, es conveniente para una ciudad constantemente amenazada por lo incorrecto.  Amplias avenidas, jardines bien mantenidos, obras de arte en las vías principales y algunas muestras de una arquitectura inteligente y muy bonita, dan a Porlamar un aspecto lo más cosmopolita que puede esperarse en el Caribe, sin terminar de robarle lo suyo.

Tuve la inmensa suerte de ser alojado por unas amigas queridísimas que poseen una amplia y bonita casa en una zona tradicional de Porlamar, la Calle Paralela (nunca supe con respecto a que es paralela) en el barrio donde habita la mayoría Guaiquerí de la isla (Los Guaqueríes son los indígenas habitantes originales de Nueva Esparta, hoy completamente integrados a “la civilización”) y por lo tanto, mi paisaje urbano era mucho más margariteño, pero aun así, las ciudades que forman Margarita gozan de un bien orquestado aspecto que da como resultado un lugar bonito, sin pretensiones y sin aspavientos. El perfecto encanto de una ciudad que parece vivir el permanente descubrimiento de sus múltiples bondades.


 

POR-LA-MAR he llegado...



Bajándome del avión me doy cuenta que salvo una vez, hace millones de años como para acordarme de la travesía, no he llegado a Margarita por la mar. En realidad venir por avión es tan cómodo y tan barato que el suplicio del ferry (del que todos hablan mal pero siguen usándolo con resignación digna de mejor causa) a mí siempre se me hace innecesario.  Empecemos pues por el principio: llegar a Porlamar, capital económica de la Isla y probablemente ciudad en la que usted pondrá su cabeza sobre la almohada, sólo puede hacerse por dos vías: Aérea y marítima, claro, es una isla. Todas o casi todas las líneas aéreas venezolanas, tienen vuelos directos Maiquetía – Porlamar  con un precio promedio aproximado de 50 US$ ida y vuelta; también hay vuelos desde Valencia y desde algunos aeropuertos más, (El Vigía, Zulia y otras ciudades cercanas, según me han dicho) pero yo no confiaría en sus horarios aleatorios; de modo que lo mejor es llegar a Maiquetía habiendo comprado su ticket con suficiente antelación y embarcarse en un vuelo comercial local que en unos 40-50 minutos lo pondrá en la Isla. No es recomendable improvisar. Ir a Margarita en temporada (Semana Santa, Agosto, Carnaval o Navidad) es tan complicado como suele ser todo en este país que no tiene preparación alguna para el turismo.  Compre sus boletos con mucha antelación, Margarita no es un destino de mostrador de aerolínea.
 
La otra forma es viajando en ferry, muy conveniente si usted insiste en no dejar su automóvil en casa. A mí no me gusta porque, entre otras cosas, parece que las penurias que se viven en las horas de espera son lamentables. No sé nada del servicio a bordo (¿Habrá?) ni de la comodidad, pues de  la única vez que lo usé, sólo recuerdo la ilusión de un primer amor en el Caribe que llevaba a mi hermano con los nervios de punta y eso, ya sabemos todos, es siempre un mal consejo.  De modo que la decisión es suya, se que se puede viajar sin automóvil y es un poco menos penoso e incluso que se puede, siendo parte de un viaje colectivo (autobús de pasajeros) pero esa última opción, lamentablemente, es absolutamente desaconsejable, dadas las “actuales circunstancias”
Al bajar del avión, recomendaciones aparte, sentí un golpe de brisa marina en la cara y miré al cielo: Margarita en estos días de septiembre es una bendición de Dios, cálida, soleada y con exacta humedad. Un buen presagio, sin duda alguna. Para la mar, por la mar, he venido.
 

Margarita, ¿es una lágrima?



 
 
Estoy, una vez mas y a Dios gracias, en el aeropuerto de Maiquetía (Caracas) esperando el avión que me llevará a mis vacaciones de este año, que serán locales por múltiples motivos,  entre los que menciono obligadamente la maltrecha economía de los venezolanos,  aunque estoy seguro que igual de divertidas. Mi destino: La Isla de Margarita, en el Caribe venezolano. Uno de los pocos paraísos que todavía nos quedan y que según creo, estará mucho mas paradisiaco en esta época del año: la temporada “oficial” del turismo masivo está a punto de decretarse terminada. 
Destino favorito y obligado de tirios y troyanos, Margarita, como solemos llamarla, tiene una fascinación especial para nosotros y tiene, además, particularidades muy especiales. La primera es que, por alguna razón que desconozco, los venezolanos la llamamos “Isla de Margarita” anteponiendo la conjunción “de” a su nombre, cuando todo el mundo (exterior) la llama Isla Margarita (valga una revelación adicional: los venezolanos orientales, vecinos de la isla en tierra firme, la llaman “La ‘isla” pronunciado como si fuera una sola palabra, acentuada en la i y con un sonsonete propio de ellos que es imposible contar, pero suena como a cancioncita apurada) También la sentimos más de nosotros que nuestra propia ciudad, la cuidamos y solemos expresarnos de ella en los mejores términos posibles. La hemos “sifrinizado” bastante, convirtiéndola en destino relativamente elitista no asequible a todo bolsillo - lo cual está muy bien por cierto - y se incluye en planes de vacaciones, aunque esos planes tengan como destino primario Miami, New York, Madrid o Londres. Antes o después, nosotros, vamos a Margarita. Lógicamente si el dinero o las circunstancias que sean no alcanzan para atravesar fronteras, Margarita es el propio sitio al que tenemos que ir, aunque no es un destino barato, si queremos disfrutarla a todo meter sin el asedio de turistas poco amigables y/o peligros propios de la época que vivimos.
En fin, que “la perla del Caribe” (la nuestra, que por ahí como que hay otras) me espera a poco menos de una hora de vuelo, el aeropuerto esta a reventar, hasta donde sé el vuelo está a tiempo – relativamente – y el hambre apremia. Boarding Pass en mano me dedico a buscar un chiringuito aeroportuario (carísimos todos, por cierto) para que una bala fría me calme el estomago antes que Margarita me premie con un buen pedazo de pescado frito. Empiezan pues las vacaciones 2013 que, aunque sean para La Isla o tal vez por eso,  merecen un espacio en estas libretas, hoy atravesadas por el dilema enorme de calibrar si los nuevos tiempos harán que sea  necesario hablar de Caracas, la capital incomprensible en la que he pasado, por diligencias varias, una semana antes de irme a disfrutar de la lagrima que un querubín derramó y, sin duda alguna, se convirtió en perla; valiosísima, de paso sea dicho.