miércoles, 26 de septiembre de 2012

La Columna de La Victoria

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Hemos llegado a otro de los grandes monumentos Berlineses: La Columna de la Victoria, que dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la II Guerra, pero por supuesto sufrió lo suyo.
Se construyó en 1874 para celebrar la victoria de Prusia contra Dinamarca en la guerra de los Ducados y unas nuevas victorias del Imperio que se fueron sumando en esos años.
Había sido levantada frente al Reichstag, pero el Tercer Reich, que había soñado una gran reconstrucción de Berlín, decidió llevarla al punto donde ahora está (frente al Tiergarten, en una gran redoma en la que confluyen cinco importantes avenidas) y desde entonces ha soportado, entre otras cosas, el bombardeo de la Batalla de Berlín - salió bien parada – y los deseos de Francia de dinamitarla, para borrar las marcas de su derrota en el siglo XIX. Por suerte el consejo anglo norteamericano se opuso y la columna se salvó, aunque los franceses se llevaron los relieves que evidenciaban su caída.
Se puede subir sus más de doscientos escalones de caracol para ver una vista impresionante del parque y de la ciudad, pero ya saben, mi vértigo no me da permiso nunca. Así que la vi desde abajo y me conformé con eso.

Alexander Platz

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Casi cada estación de tren de Berlín tiene que ver con una gran plaza, alrededor de la cual hay la vida que cabe esperar en una plaza: Vendedores ambulantes, puestos de comida, tiendas y algunos rincones para sentarse y descansar.
Así hemos llegado a Alexander Platz, una de las más concurridas plazas de Berlín, un lugar que se me ocurre debe ser muy usado por los jóvenes, (yo no sé si lo permiten los alemanes) en cosas como el famoso botellón y otras travesuras. La verdad es que no podemos hacer otra cosa que recorrerla un poco y buscar un sitio para comer, con los pies debajo de la mesa.
Lo encontramos al ratico: un restaurante italiano que está bien, de precio y de gusto y sirve para nuestros planes perfectamente.

Postdamer Platz

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Hablando de símbolos,  ya no tan concretos o específicos,  como lo que acabamos de ver, nos hemos acercado, siempre caminando, a Postdamer Platz, uno de los verdaderos ejemplos de la reunificación de la ciudad.
Postdamer Platz, un sitio que siempre ha tenido ese nombre, fue la mayor intersección de tráfico de Europa; era considerada un espacio fundamental para el desarrollo de la Alemania Imperial  y servía como puerta de entrada para la vecina e importante ciudad de Postdam. Construido el muro, la intersección fue abandonada y olvidada,  pues quedo dividida en dos porciones que no recibían atención alguna. De nuevo, hay que referirse entonces a la reunificación: a pesar de lo difícil que ha resultado para muchos puntos de Berlín volver a integrarse plenamente a la vida de una ciudad indivisible, Postdamer Platz ha vuelto a ser la intersección de varias vías de acceso, edificaciones de arquitectura extraordinaria, una magnifica estación de transporte público y buena parte de la vida de esta ciudad. Casi al lado de la estación, por cierto, está ubicado el ultra famoso Sony Center, un centro comercial y residencial que si bien merece una visita, en realidad no es más que lo que es: un edificio contemporáneo, con un techo muy interesante y poco más.
Si hablamos de símbolos de la reunificación, yo no encuentro nada mejor que Postdamer Platz: es un ejemplo de lo bueno que se puede lograr cuando se tiene el deseo de pensar en la gente, de verdad.
 
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Para recordar lo peor

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Salimos de la Puerta de Brandemburgo realmente emocionados, y echamos a andar hacia la derecha por una amplia avenida llena de arboles. Después de algunos minutos caminando, una plaza llena de bloques de piedra (se llaman “estelas de hormigón”) de todos los tamaños, en medio de una especie de laberinto a varios niveles, nos sale al encuentro: es el Monumento a Los Judíos Europeos Víctimas del Holocausto Nazi.
Es imposible estar en Berlín aunque sea por unas horas y no revivir ese horror. Toda la ciudad está llena de recordatorios, está llena de sitios que fueron violentados por el sin sentido de un monstruo. Todos los alemanes tienen que vivir con la sospecha de haber sido nazis y con la culpa de todo lo que pasó y el mundo recuerda a cada instante. Por eso, este monumento es tan importante y tiene tanto significado. Podrían ser puentes que el mundo ha tendido para perdonar sin olvidar o podría ser, como lo dice la explicación oficial, una aproximación exacta a lo que significa verdaderamente un monumento funerario, en el que no se ha utilizado ningún símbolo.
Sea una cosa u otra, la verdad es que se trata de un sitio que debería movernos a una profunda reflexión: los espacios entre una “estela” y otra forman un laberinto que puede ser muy confuso, pues además está a varios niveles casi imperceptibles de altura y, como dice su creador, sirve para explicar lo que escapa a la razón humana. En realidad, está convertido en un parque de atracciones para niños de todas nacionalidades, que saltan entre los bloques sin tomar en cuenta el significado del sitio. Por eso es recomendable no ir en la mañana. Tuve la suerte de volver al atardecer y perderme un poco en el laberinto, mientras la luz del sol terminaba de ocultarse y puedo decir que viví algo que me estremeció. Pero eso es otra historia.
 
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La Puerta de Brandemburgo

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¿Qué hace uno cuando se detiene al frente de uno de los grandes iconos de la cultura universal?
Pues nada, se para como un pánfilo y se toma todas las fotos que pueda, como para que nunca se le olvide que uno estuvo allí y como para que la gente pregunte y uno conteste.
Eso es exactamente lo que siento al llegar a la Puerta de Brandemburgo, el sitio por excelencia, el monumento Alemán por definición, el más histórico y el más famoso de todos los monumentos que vamos a visitar en estos días. Construida entre 1788 y 1791 por Federico Guillermo II de Prusia, la Puerta, que no es un Arco de Triunfo, sino una puerta de entrada a la ciudad al estilo de los Propileos Atenienses, consta de una puerta principal en el centro y dos a cada lado. Un detalle importante: durante el imperio, esa puerta central sólo podía atravesarla la Familia Real y la familia del Coronel Pfuel, entonces comandante de una parte de la ciudad.
Está llena de historia y es mucho más pequeña de lo que uno se imagina, (aunque tiene muy buen tamaño) ha servido de escenario a todo lo que tuvo que ver con la reunificación y eso no deja de ser curioso: La Puerta de Branderburgo fue,  durante los años del muro “Tierra de nadie” uno de los pocos puntos de la ciudad que no alcanzó a entrar en la división y por lo tanto solo podían verla algunas autoridades que tenían permiso especial o los guardias de seguridad.
Paradójico, no? El tiempo ha vuelto a jugar a favor de la historia. Hoy, ya no es una puerta de nada, ni un monumento intocable, ni un pedazo de piedra que debemos conquistar. Hoy, probablemente no sea más que un sitio para hacerse fotografías. O para pensar en el profundo significado de aquella famosa frase de John F Kennedy en su visita a Berlín Oriental: “Ich bin ein Berliner!"...

REICHSTAG, Un verdadero símbolo

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Ha amanecido un día radiante de verano, hemos dormido bien, no ha habido ruidos ni chamos rumberos molestando el descanso y la temperatura es ideal; de modo que estamos de un humor inmejorable para comenzar el recorrido por esta ciudad llena de historia que nos intriga muchísimo a todos. Antes, una parada en la súper Hauptbanhof para desayunar.
Cumplido con ese trámite indispensable, ponemos camino a Berlín. Atravesamos un hermoso puente que cruza el rio Spree (uno de los ríos que atraviesa la ciudad) y empezamos a descubrir una arquitectura tremendamente interesante. Son los edificios que alojan el parlamento y el gobierno federal alemán. Tres edificios contemporáneos, de acero, cristal y concreto que están dentro de un parque enmarcado por el famoso Reichstag.
El Reichstag, o sede del Parlamento Alemán (el parlamento se llama Bundestag) es uno de los edificios más visitados de Alemania y uno de los más bonitos de Berlín; pero, es además el principio de una historia de horrores e iniquidades que poco a poco iremos descubriendo a medida que descubramos Berlín.
Inaugurado en 1894, para que sirviera de sede al Parlamento, que adolecía de un edificio “digno” de su envergadura, sirvió a sus propósitos hasta el año 1933, cuando fue bastante perjudicado por un incendio que nunca ha sido suficientemente explicado y que dio chance al Nacional Socialismo para incrementar su proyecto totalitario anti personas. El Edificio fue prácticamente olvidado, quizás porque recordaba mucho las afrentas que Alemania estaba recibiendo; no obstante, en la II Guerra Mundial se convirtió en el blanco por excelencia: en 1945 durante la Batalla de Berlín, fue casi enteramente destruido por las tropas soviéticas, que lo consideraron un objetivo fundamental dado su significado histórico. Casi abandonado por el gobierno, poco a poco, los berlineses fueron convirtiéndolo en símbolo de resistencia: en 1948, un enorme grupo de Berlineses sostuvieron allí una protesta histórica en contra del bloqueo, en la que el alcalde hizo el célebre llamado: “Ustedes, gente de todo el mundo, por favor, miren a esta ciudad”
El Muro de Berlín hizo el resto. Físicamente, el Reichstag estaba dentro de Berlín Oriental, pero a pocos metros de Berlín Occidental, que empezaba en la parte de atrás del Edificio, eso motivó que en 1961 se cerrara definitivamente, debido a la existencia de un muro que no permitía uso alguno para el edificio. Así se mantuvo por algunos años, fue medio protegido y cuidado sin mucho esmero, hasta que recuperó su estatus de símbolo de la paz y la democracia Alemana con la reunificación de Berlín. La ceremonia que ponía fin a varias décadas de separación y a los horrores de una guerra que nunca debió suceder, se realizó en sus dañadas instalaciones el 03 de Octubre de 1990.
En 1992 Norman Foster ganó un concurso internacional para emprender su total restauración y, colorín colorao: El Reichstag de Berlín volvió a mostrar su cara neo clásica ideada en 1894 por el emperador Willhem I; pero, sobre todo, volvió a alojar la institución más importante del gobierno Federal de Alemania: La sala de Sesiones del Parlamento Alemán.
Hoy es el edificio más visitado, uno de los más historiados y sin duda uno de los más imponentes de esta ciudad de contrastes sorprendentes.
Nada mal para comenzar el paseo.
 
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The Meininger Hotel

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Casi tenemos que decir que en Berlín, terminó la buena racha de los hoteles. Aunque no del todo, esta vez, el hotel escogido en Berlín, nos ha causado una gran decepción. Básicamente porque la habitación que nos asignaron no se parece en nada a lo que habíamos visto en las fotos de la página que visitamos para hacer la reserva. No, no vimos una habitación y escogimos otra, vimos la que escogimos, teníamos esa opción.
Creo que por eso nos “pateó” la entrada a la habitación en la que dormiremos estos días. Si, es muy limpia y se ve decentica, (tiene aire acondicionado, además) pero es mínima. No exagero cuando digo que los cuatro, las maletas y las camas, no caben al mismo tiempo en ese espacio. Dos literas y un televisor que no tiene ningún canal en inglés y un baño un poquito más grande que el de un avión. Además, es un hotel de chamos. (Lo que agrega una segunda ventaja: es baratísimo) y nos da un poco de angustia que sea ruidoso, pero eso no lo sabremos hasta mañana.
En fin, que el famoso Meininger Hotel de Hauptbanhof ha resultado un poco “un embarque” aunque debo decir que es un embarque muy barato y bastante limpio. Para hacerse una idea: yo me bañaba y vestía en el baño y salía de allí a montarme en mi litera para esperar que las chicas estuvieran listas y hacerme los últimos arreglos. No cabía de otra manera.

Hauptbahnhof, una de las puertas de Berlín

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Eran casi las ocho de la noche cuando llegamos al Aeropuerto Tegel de Berlín, una hora estupenda si es el verano, pues hay sol y todo está como si fuera las 2 de la tarde. Tenemos precisas instrucciones para ir hasta el hotel, y aunque creemos que no habrá obstáculos, nadie nos ha explicado la gran complicación de andar por Berlín en metro y esa debería ser la primera advertencia que debe hacérsele a todo el que emprenda un viaje hasta estos lares. ¿Saben qué? Yo creo que es una cosa terrible. Y lo peor, es que si te descuidas te metes en un problema pues no es fácil adivinar dónde comprar tickets, mucho menos donde validarlos. (No hay  torniquetes, sólo unas pequeñas maquinitas donde uno TIENE que validar su ticket voluntariamente, creo que ningún turista lo hace) En fin, que en cualquier momento se puede terminar pagando una multa de aprox 60 euros, por no saber cómo es la cosa.
En todo caso, es intimidante y eso no se descubre a los 5 minutos de haber llegado, que es exactamente por donde va este cuento. Salimos del aeropuerto y atravesamos un largo pasillo hasta la estación de metro del aeropuerto, pues debemos tomar un tren hasta Hauptbahnhof, nuestra estación de destino. Hemos comprado ticket y recibido instrucciones en la oficina de turismo del aeropuerto y vamos confiados. En pocos minutos tomamos el tren correctamente (OH MY GOD) y empezamos el viaje. Yo no puedo evitar la sensación de ir hacia ninguna parte y eso me preocupará durante todo el viaje.
Es una suerte que las estaciones (de nombres impronunciables) estén tan bien señalizadas incluso dentro del vagón, yo soy de los que me bajo en la estación que no es y después no sé cómo volver a agarrar la vía. No lo hice. Esperé pacientemente hasta que en la pantalla salió el nombre de nuestra parada. (OH MY GOD): bien, nuestra parada es una estación de metro, autobuses, trenes interurbanos y trenes internacionales. Una cosa gigantesca que tiene como 6 pisos y una cantidad grosera de andenes, tiendas, comederos, acero y vidrio. Es HAUPTBAHNHOF, la estación central de Berlín, construida con todos los miriñaques en 2006 – y realmente impresionante-
Afortunadamente, la salida que debemos tomar (Washington Place) está muy bien señalada. Salimos, miramos a la izquierda y a menos de una cuadra, nuestro hotel espera.
Estamos inmensamente felices, hemos llegado a Berlín y no ha habido tropiezos.

domingo, 23 de septiembre de 2012

En la playa

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Así que en Holanda, hay playas….playas de verdad, de agua dulce por cierto, pero con espacios para asolearse y aguas medio cristalinas y sensación de playa en día de sol.
Pues si, las hay, las hemos visto y están aquí mismo, en Volendam. Forman la costa que une Bélgica con Holanda (se dice que se puede caminar por la orilla de esa playa sin interrupciones y en menos de un día completo se llegaría de un país al otro). Nosotros, que de curiosos lo tenemos todo, nos acercamos, a pesar de no estar preparados para ello y nos gana el frio. A ver, uno no está listo para meterse en el agua con esta brisa helada ni una temperatura que no pasa de 23 grados. Eso es lo que tiene el que nace con el trópico.
Es hora de regresar.

Un puerto en algún lugar…

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Hay, o eso nos ha parecido, dos calles principales para recorrer la ciudad. Ambas lo llevan a uno hasta el puerto, una especie de club de playa, donde están ancladas montones de embarcaciones y donde, se supone, recalan los pescadores después de su faena. Es divertido, básicamente porque lo que hoy estamos viendo, según todas las historias, lleva varios siglos sucediendo con mayor o menor intensidad y aun así, todo está  limpiecito,  nuevito, demasiado bien mantenido en su historia.
Es bonito, como no. Bonito en el sentido más europeo del término y eso no siempre lo “fascina” a uno.  No hemos tenido suerte con las cosas que uno supone encontrará en estos rincones: Por ejemplo,  tendríamos que haber paseado entre una buena muestra de los productos del mar con los que esta gente se alimenta y eso no sucedió;  estábamos paseando en una tarde muy soleada, por las aceras de un gran muelle que igual puede estar en Marbella como en La Guaira. Muy grato, pero poco más.
 
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Hora de almorzar

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A la orilla del malecón, como corresponde, todo tipo de restaurantes nos ofrecen varias posibilidades para comer bien, sin gastar demasiado. No es que todos sean baratos, algunos francamente no lo son, pero en general, las opciones para comer en Volendam abundan y son muy buenas.
Escogemos uno de los más llenos, lo que significa que tendremos que esperar un poquito por una mesa para cuatro. Tiene el encanto especial de ser una especie de self service, en donde hay todo tipo de producto del mar preparado de todas las formas posibles (incluyendo una paella muy decente) de modo que entre otras cosas, podré por fin comerme una buena ración de mejillones con papas arrugadas. Eso es exactamente lo que pido y, la verdad, es que no me arrepiento, han estado buenísimos.
Por cierto, en la puerta, una señora está instalada recibiendo arenques, que los limpia y los prepara para que los que pasan por allí los compren y se los coman crudos. Es una especialidad de la casa, pero no nos atrevemos. Es muy raro.