miércoles, 17 de octubre de 2012

La caida

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Después de la histórica participación de dos líderes mundiales: Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov, en realidad, la caída del muro de Berlín está asociada más íntimamente a una anécdota histórica, una “metida de pata” oficial, que puso fin a toda esa angustia en la noche del 9 de Noviembre de 1989.
La situación creada por la existencia del muro estaba llegando a niveles de bastante preocupación. Incidentes diplomáticos entre la Republica Checa y Alemania debido a la afluencia de Inmigrantes, protestas de los gobiernos austriacos y húngaros y evasiones incontrolables hacia las Republicas firmantes del Pacto de Varsovia, así como variadas protestas en contra del gobierno de Alemania Oriental, que mandaron al traste al mismísimo Líder de la RDA, Erich Honecker, obligó a los gobiernos a revisar su férrea política migratoria.
El 6 de noviembre se publicó un proyecto de ley, que suavizaba las restricciones, pero obtuvo un rechazo casi unánime por parte de los actores políticos y sociales que motorizaban los cambios. El día 7, el Consejo de Estado anuncio un plan que permitía viajes al exterior, si se obtenía un permiso. El día 9 de noviembre, la crisis que amenazaba todos los estamentos del gobierno Alemán, hizo que el Consejo de Ministros aprobara un plan que permitía la libre movilización entre ambas Alemanias y el exterior. Ese plan, que aun tenía pequeñas objeciones y que debía ser aprobado por el gobierno central, se anunciaría – como proyecto que buscaba calmar los ánimos - el día 10 a las 4 de la tarde. Pero, la creciente ansiedad de todos, se intentó calmar con la comparecencia, en una conferencia de prensa, de los miembros del politburó. Allí, el portavoz, Gunter Schabowski, presa de los nervios, acabó sin saberlo con el Muro de Berlín.
Schabowski, sacando de sus bolsillos unos papeles arrugados donde estaban las ideas más importantes del plan que se anunciaría al día siguiente, y que todavía no era Ley, respondió a la pregunta de un periodista de la agencia ANSA sobre la nueva ley de viajes:
- "Los viajes privados al extranjero se pueden autorizar sin la presentación de un justificante — motivo de viaje o lugar de residencia. Las autorizaciones serán emitidas sin demora. Se ha difundido una circular a este respecto. Los departamentos de la Policía Popular responsables de los visados y del registro del domicilio han sido instruidos para autorizar sin retraso los permisos permanentes de viaje, sin que las condiciones actualmente en vigor deban cumplirse. Los viajes de duración permanente pueden hacerse en todo puesto fronterizo con la RFA."
El periodista (Su nombre es Riccardo Ehrman) consciente de tener en sus manos la respuesta que todos estaban esperando, preguntó
- ¿Esa ley cuando entrará en vigor?
Schabowski, sin saber lo que estaba diciendo y creyendo que la decisión del Consejo de Ministros ya había sido tomada, respondió
- De Inmediato
Eran las 6 y 57 de la tarde y no hubo tiempo para enmiendas; ateniéndose a lo declarado por el vocero del polit buro, que había sido transmitido en directo por toda la televisión alemana, miles de alemanes fueron hasta los puntos de control del Muro demandando su paso hacia el otro lado. Los soldados fronterizos aun no habían recibido instrucciones. Pero, la presión de la gente pudo más: Aun sin tener una orden concreta, el punto de control de Bornholmerstrase quedo abierto a las 11 de la noche del 9 de Noviembre.
Fue un día de grandes júbilos (yo recuerdo las imágenes en los noticieros de TV en mi casa de Caracas) Mistislav Rostropovich un antiguo exiliado del Oeste, fue hasta el muro a animar su destrucción. Muchos de los televidentes que estaban viendo las noticias, corrieron hasta el lado del muro y los ciudadanos de ambas ciudades, empezaron a despedazar el muro valiéndose de cualquier herramienta.
Entonces comenzó la reunificación. Una ciudad dividida comenzó a borrar cicatrices y perdonar. Lo que nunca hicieron fue borrar el muro: había que vivir con él, como recuerdo de lo que son capaces los gobiernos. Desde entonces están buscando una vía al perdón. Por suerte, se han dado cuenta que existe, pero que no es una autopista. Aun necesitan algo de tiempo.
Mientras tanto, Berlín, una de las grandes capitales europeas, crece, se dinamiza, alcanza niveles extraordinarios de modernidad y va directo hacia el futuro. Les costó muchas lágrimas.

El Muro de la vergüenza

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He dejado para el final, lo que probablemente sea todavía el recuerdo más doloroso y menos amable con el que conviven los Berlineses. Muchos han logrado superar los años del Holocausto, algunos han podido traspasar con éxito la sospecha (o la certeza) de que sus familias fueron Nazis, otros han pasado la página de la guerra hasta enmudecer. Lo que muy pocos han conseguido realmente, es superar la vergüenza del Muro de Berlín y eso se siente en cada esquina.
A pesar de haber “caído” oficialmente en 1989, el muro está presente en todo Berlín. Bien sea como camino marcado por adoquines, como marcas que señalan una particular historia, como restos de pared puestos en algunos sitios emblemáticos; o sencillamente como pedazos del muro verdadero dejados allí para que no se les ocurra empezar a olvidar.
Es una historia harto conocida: en 1961 (el 12 de agosto para ser exactos) las autoridades del bloque oriental (soviético) es decir, de la Republica Democrática Alemana, iniciaron la construcción de una barrera que, físicamente, impidiera a los Berlineses emigrar libremente a la Republica Federal Alemana en busca de mejores oportunidades. Para el amanecer del día 13 casi todo el muro estaba construido provisionalmente y Berlín era custodiado por cinco mil efectivos de la Policía Popular que habían cortado el tráfico de trenes y tranvías entre ambas ciudades, e impedían el paso libre de vehículos particulares y transporte público. Esa barrera, que comenzó siendo una alambrada que impedía el paso libre entre ambas naciones (que en realidad eran una sola) se convirtió en una sofisticada pared construida en hormigón armado, reforzada con cables de acero en su interior y provista de los últimos adelantos tecnológicos de vigilancia territorial que, no solo dividió a Alemania oficialmente en dos mitades (a Berlín primeramente) sino que cegó la vida de 270 personas inocentes que intentaron cruzarlo y fueron descubiertos. Eran 45 kilómetros de muro que dividían Berlín y 115 kilómetros que separaban la parte occidental de la ciudad del territorio de la Republica Democrática Alemana. En los lugares más complicados, el muro se acompañaba con el corredor de la muerte: Alambradas electrificadas, guardias que disparaban a la menor provocación, carreteras por las que solo podían circular patrullas de vigilancia armadas; y sin embargo, a pesar de eso, algunos puntos de control permitían, bajo férreas medidas, que los ciudadanos circularan con cierta libertad entre el lado Oeste y el lado Este de Berlín, hasta que el 1 de Junio de 1962 ya no se podía entrar a la RDA desde el lado Oeste de Berlín. Más tarde toda comunicación entre ambas ciudades fue cortada. Muchas familias no pudieron volverse a ver durante 28 años y muchas historias de horror empezaron a escribirse en una ciudad que estaba azotada por todo el odio de la humanidad.
Fueron 28 años de dura subsistencia. La Republica Federal Alemana (integrada por “el botín de guerra” que recibieron los franceses, ingleses y norteamericanos aliados) empezaba a crecer bajo la protección de sus gobiernos amigos, mientras que la otra Berlín, la otra Alemania, sometida al estropicio comunista de las Republicas Soviéticas, estaba encerrada tras un muro que no permitía mayores visiones de futuro. El Muro de Berlín era básicamente una construcción circular que encerraba como a un corral a quienes estaban libres: La Republica Federal Alemana metida dentro de aquel círculo de concreto, era la Alemania “libre”. Los que estaban del lado fuera del muro eran los que habitaban la Republica Democrática Alemana. Difícil de entender hasta para quien conoce la historia.
En cualquier recorrido por Berlín, el muro saldrá al encuentro de su paseo. Pero, la mejor manera de entender lo que significaba es, hoy en día, un museo al aire libre: The East Side Gallery. Cuando el muro cayó, alguien se empeñó en conservar un poco más de un kilometro de lo que había sido, e invitó a un grupo de renombrados artistas plásticos para que plasmaran sus ideas sobre el muro, en los restos de pared. El resultado es un paseo lleno de optimismo que, aunque no opaca el dolor de saber que esas paredes, hoy alegres y pintarrajeadas, fueron una vez escenario de la mayor indignidad, por lo menos nos recuerda que todo es posible con un poquito de ganas y de hartazgo.

La cúpula del Reichstag

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El edificio del Parlamento Alemán, o Reichstag se puede visitar en dos o tres tiempos. O puede no visitarse sino es su asunto. Lo que no puede dejarse de lado es la visita a la cúpula y a la “azotea” desde donde las vistas de la ciudad son una maravilla. Punto. Incluso yo, que batallo con un vértigo espantoso en todo el mundo, me animé a acercarme a las barandas y subir por los pasillos redondos de la cúpula. Sentí morirme, es verdad. Pero lo hice y valió la pena.

Se trata de la cúpula que diseñó Norman Foster para coronar el antiguo edificio del Reichstag, o Parlamento Alemán, uno de los emblemas más importantes de esta ciudad. La cúpula, una maravilla de cristales y acero tiene un diámetro de 40 metros y ofrece una vista panorámica de Berlín a 47 metros de altura. Suficiente para, en un día soleado, vacilarse unas vistas realmente extraordinarias.

Está abierta en ambos extremos, (si, no tiene techo ni funciona como tal) y lo que mejor parece es una nave espacial. Es una estructura hecha mediante un sistema de espejos y cristales que proporciona claridad, luz e incluso electricidad al edificio y permite desde el tope, curiosear un poco en la sala de sesiones del parlamento, situada justo debajo del montón de curiosos.

Es realmente una cosa estupenda. Hay que ir. Es gratis y para acceder hay que cruzar la calle y entrar a una pequeña “oficina” de reservaciones donde le asignan un cupo y un número. Después de eso, volver a un costado del Reichstag y seguir instrucciones. Los policías son alemanes y están allí para cuidar su parlamento. No haga chistes.

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Tempelhof, un sueño descabellado

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Rodeando las cercas que separaban las pistas de aterrizaje del mundo urbano de Berlín devastado, los niños de la ciudad corrían tras los aviones que volaban a muy poca velocidad y altura. Alborozados, estos niños recibían otro tipo de bombardeo: Cajitas de pasas con chocolate que se lanzaban a los campos vecinos,  protegidos por paracaídas de juguete. Cajitas de pasas SUN MAID que en el recuerdo de los berlineses han dado a los ejércitos norteamericanos más prestigio que todas las batallas ganadas. Sucedía en Tempelhof, el aeropuerto que Hittler había hecho remozar en 1931, para convertirlo en el aeropuerto más grande del planeta: la puerta de entrada a su fabulosa Germania, la ciudad que sería la capital del mundo.
Construido en 1921 como aeropuerto comercial de Berlín, siempre mantuvo el conflictivo título de ser el más importante del mundo y el primero dedicado realmente a la aviación comercial. No es cierto, pero para Hittler y su combo, era un titulo que no podía discutirse.
Es gigantesco, es un bello edificio post moderno y está completamente vacío; no funciona sino como eventual parque de bicicletas y pista de trote o patinaje, o como sitio de espectáculos y no puede tumbarse pues los berlineses votaron para protegerlo. Nadie sabe qué hacer con eso.
Es, también la prueba de la ignominia, de los sueños descabellados de un monstruo llamado Adolf Hittler y el recuerdo más vivo del puente aéreo: Los once meses en que los Berlineses recibían comida y otras necesidades, porque los aviones de países amigos los lanzaban a los campos de Tempelhoff mientras el mundo civilizado mantenía un bloqueo inhumano.
Por ahí pude ver que, en verano, hacen una competencia de cometas y volantines en sus pistas. Me dio cierta tranquilidad. Parece que vuelven a volar las libertades de colores desde el cielo de Tempelhof. Señal de que avanzamos, Sancho.

Tierra de nadie

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Osman Kalin nació en Anatolie, Turquia. A los 19 años emigró a Alemania. La guerra había terminado y sus posibilidades de conseguir trabajo y mejorar su vida eran tan reales para él como para muchos otros de sus paisanos. Se arriesgó, se instaló en Kreuzberg (¿Dónde si no?) y desde allí comenzó a prepararse para volver algún día a su añorada patria. Pasando el tiempo, en algún momento, descubrió que su barrio y su casa habían sido divididos en dos mitades por un pedazo de pared cuya utilidad era difícil de entender. Todos los días se acercaba tanto como se lo permitían y veía el muro. Escudriñaba sus rincones y sentía inútil su existencia.
Desde su casa, buscando quizás una explicación, alcanzó a divisar un cercano pedazo de tierra yerma, en una esquina del muro que habían dejado sin cerrar. Fue hasta el guardia y preguntó quién era dueño de esa tierra, una pequeña parcela de 500 metros. Tierra de nadie, fue la respuesta que obtuvo. Preguntó muchas veces más, muchos días más y siempre obtuvo la misma respuesta: Tierra de nadie.
Era cierto. Al construir el muro, los ingenieros intentaron simplificar el trabajo levantando la pared en un trayecto más o menos limpio y fácil. Ese pedazo de tierra obstaculizaba ese diseño, de modo que lo dejaron por fuera, burocráticamente. Ninguna de las dos Berlines podía reclamarlo como suyo.
Osman pensó que mejor sería darle algún provecho a esa tierra y un día, sin que nadie se lo impidiera, empezó a plantar lechugas. Más tarde, espárragos, luego algunas otras plantas de su tierra. Durante años, Osman dedicó sus mejores esfuerzos a mantener impecable un huerto del que se beneficiaba él y su familia. Así las cosas, un día comenzó la construcción de una “casita en el árbol” para que le sirviera de refugio los fines de semana (la hizo a punta de almacenar maderas viejas y otros materiales) y poco a poco ese huerto, ese pedazo de tierra yerma que era de nadie, se le hizo indispensable a su corazón.
La vida al mismo tiempo le iba bien, y Osman, encadenado a su lejana Anatolia, comenzó a pasar los duros inviernos alemanes en una estupenda casa que había construido en el pueblo en que había nacido. Cuando lo hacía dejaba el cuidado del huerto en manos de uno de sus grandes amigos. ¿Era perfecta la vida? para el sí.
Entonces cayó el muro. Se descubrieron rincones que los alemanes nunca habían visto o tenían olvidados y la tierra, esa posesión maravillosa, empezó a tener dueños: gente que estaba dispuesta a lo que fuera por reclamar la propiedad de lo que habían tenido “antes”.
Osman quiso reclamar la propiedad de su huerto. Su amigo también. Entonces se armó la marimorena: Aunque la tierra pertenecía a una iglesia cercana que estaba dispuesta a legalizar la tenencia de la parcela a favor de quienes la habían cuidado y cultivado durante tantos años, eran ellos dos los que habían puesto fin a su amistad de muchos años, exigiéndose uno al otro la propiedad de la insignificante parcela. No por su valor comercial, sino en reconocimiento al esfuerzo que ambos habían hecho para restituirle la vida.
Han pasado algunos años. La guerra fría ha terminado. Ambos parceleros han envejecido y aun son enemigos: el huerto de Osman es el único pedazo de tierra urbana que hoy, en Berlín, continúa dividida en dos porciones. Ni Osman pasa para el lado que su amigo reclama como suyo, ni el amigo hace otro tanto. Así mantienen una frágil paz. Mientras, las familias de ambos, hermanadas por la costumbre de muchos años, se sientan en las afueras del huerto a reír de la testarudez de este par de ancianos y venderles refrescos fríos a los paseantes.
La guerra no ha terminado para ellos. El muro de Berlín es una división hecha con alambre de gallinero, en la mitad aproximada del terreno. Los hijos de ambos quisieran arreglar las diferencias y apelan a una reedición de Gorbachov y Reagan. No parece posible. Entre tanto, el huerto de Osman empieza a ser un atractivo turístico y, poco a poco, se incluye en las guías y en los recorridos de Kreuzberg y Mitte. Dos barrios de un Berlín autentico y maravilloso.

Santo Tomás, un templo sin feligreses

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Entre las muchas historias que la división ha dejado flotando en el aire difícil de la Berlín unificada, quizás la de la Iglesia de Santo Tomás, merece una mención especial. Y la merece, no porque yo sea católico practicante, sino porque involucra personas como usted y como yo.
Es una de las iglesias más grandes de Berlín (si se compara con la Catedral es la segunda iglesia de la ciudad) y está situada a 5 minutos del centro. Es además una bellísima estructura de ladrillo con tanta historia como puede tener una iglesia del siglo XIX.
Pues bien, la iglesia de Santo Tomás fue separada de su barrio en el momento de la construcción del muro. Santo Tomás, a pesar de los esfuerzos que debe haber hecho su Santo Patrón, fue encerrado en el lado Occidental de la ciudad; El asunto es que sus visitantes habituales, los feligreses que atendían sus misas y ceremonias, que cuidaban y decoraban sus altares, quedaron rezagados en el lado oriental, impedidos para siempre de volver a Su iglesia. Así vivieron cuarenta años; literalmente “como capilla sin santo”.
A la reunificación, muchos de aquellos abnegados feligreses de entonces, habían muerto sin poder traspasar a sus descendientes la devoción por su templo. Los más jóvenes habían desarrollado la creencia comunista de que Dios es el opio de los pueblos. En el barrio, entonces despejado por la caída del muro, ya no había quien quisiera asistir a Santo Tomás.
Han transcurrido un poco más de 20 años. La iglesia de Santo Tomas sigue allí, sus puertas abiertas y su inmensidad hermosa lista para volver a ser un bastión de fe. Todavía, como en muchos otros lugares de una ciudad dividida, las personas no la han hecho suya, aunque hayan perdonado todo lo que les arrebataron, cuando les arrebataron esos altares.

BETHANIEN o los “Okupas”

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Por fuera podría ser una iglesia, con esas dos torres que enmarcan el pórtico, por dentro podría ser un museo dedicado a la arquitectura del siglo XIX. En la vida real, fue un hospital que devino en casa “Okupa” y se convirtió, por obra y gracia de sus ocupantes, en uno de los centros culturales más ricos y más famosos de Europa, y esto sin exageración alguna
Es una historia fascinante que ilustra las posibilidades infinitas del ser humano cuando la creatividad toma la delantera. Bethanien era el hospital antituberculoso de Berlín. Regentado por una orden de monjas dominicas, fue abandonado a finales de los años 50 pues se había “decretado” el fin de la tuberculosis y se consideraba que ya no hacía falta mantener esta estructura costosa y complicada. Estuvo vacía por algunos años hasta que en 1971, el movimiento Okupa, formado en su mayoría por jóvenes inmigrantes, estudiantes y profesionales recién graduados, que enfrentaban la grave crisis de vivienda que azotaba Berlín, donde era casi imposible conciliar los más de 10.000 apartamentos vacíos con las necesidades de 80.000 personas sin vivienda y los intereses inhumanos de especuladores inmobiliarios. Este movimiento empezó entonces a “invadir” propiedades abandonadas. Una de las primeras fue Bethanien. Allí se fueron a vivir unas 50 personas de todo tipo, que decidieron crear una comunidad auto gestionada en la que tuviera lugar el desarrollo cultural y personal de sus habitantes.
Después de allanamientos, problemas y enfrentamientos con el senado, que se oponía a permitir el crecimiento del ya célebre movimiento Okupa, y ante la presión de vecinos y Berlineses preocupados por el tema, el gobierno sentenció una ley que buscaba legalizar las ocupaciones y resolver de alguna forma el serio problema de la vivienda: Si los ocupantes se comprometían a darle, al sitio ocupado, un uso mejor que aquel que el gobierno pudiera darle y estaban dispuestos a emprender proyectos auto gestionados, no solo el ayuntamiento tenía la obligación de “asociarse” a los okupas, sino que recibirían un subsidio para sus planes. Lo mejor es que se determinó que no existía mejor uso para ningún edificio abandonado en Berlín, que el uso residencial.
BETHANIEN es, hoy día, un centro de impresionantes contrastes, y aunque el lado residencial del edificio no puede visitarse (los ex okupas, se niegan a ser un atractivo turístico y no disfrutan de las visitas de extraños) se puede estar en alguno de los talleres de artistas que habitan el proyecto y conocer curiosas iniciativas de desarrollo personal; tanto que en Bethanien ya coexisten emprendimientos “capitalistas” personales, al lado de talleres cooperativos, proyectos sociales, programas ecológicos y una gran comunidad de residentes. Y todos, en la paz más sana que uno pueda imaginarse.

El Mercado turco

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Fue una lástima haberlo recorrido a vuelo rasante y no haber podido realmente, detenerme en sus muchos puestos de comida, de bisutería, de dulces, de especies, de verduras y hasta de ropa, que sólo puede envidiarle al Gran Bazar, sus techos artesonados.
El mercado turco de Berlín, uno de los sitios más frecuentados por todo el mundo, es una calle extensa y bien surtida a orillas del rio, donde la inmensa mayoría de turcos inmigrantes, sus mujeres y sus descendientes venden toda clase de cosas. Es decir, se dedican a lo que mejor saben hacer: eso que nosotros en Latinoamérica llamamos “turquear” con un sistema que mantiene la esencia de una cultura que lleva muchos años probando el éxito de comprar y vender. Es igual a lo que veremos en cualquier parte del mundo, incluyendo Estambul: Ellos le dicen un precio y usted tiene plena libertad para decir otro. Ahí empezará una divertida negociación, casi un romance, en el que usted terminará pagando lo que usted cree que es una ganga y el turco terminará ganando mucho más de lo que usted estaba dispuesto a permitirle.
Es una delicia. Volví a probar los dulces que se hacen con aroma de rosas, las “gomitas turcas” que me fascinan, le pegué un mordisco a un Kebab que me ofreció un marchante y estuve a punto de comprar botones de nácar, porque una señora me los ofreció con tanta simpatía que todavía dudo si me hubieran hecho falta.

KREUZBERG, un barrio y una ciudad

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Nuestra guía nos ha dicho que es el barrio más famoso de Europa, yo creo que es una pequeña exageración aunque tratándose de Berlin, nunca se sabe. Se llama Kreuzberg y posiblemente sea la mejor definición de una ciudad dentro de la ciudad. Se le conoce también como la Pequeña Istambul y entre sus linderos, marcados en cualquier mapa como si fuera un municipio, puede encontrarse esa vida berlinesa, animada y trasgresora que uno espera encontrar en esta ciudad.
Hay que visitarlo una y otra vez, básicamente porque de día es una cosa y de noche otra muy distinta. Mi primera impresión es que, además, a pesar de toda la publicidad que tienen, los alemanes (bueno, los berlineses) son gente normalísima que va por la vida igual a uno. Obviamente hay alguna diferencia “étnica” (por ejemplo, hay mas rubios y rubias por metro cuadrado que en otras ciudades del mundo) pero ni andan cubiertos de tatuajes, ni se pintan grafitis en la frente, ni llevan la cabeza rapada, ni andan buscando sudacas y negros para matarlos en las esquinas. No sé de dónde sacan esas historias. Son gente muy amable que seguirán cualquier cuerda que les lances, o respetarán tu espacio de manera casi sagrada.
Es algo que puedes notar sobre todo en esta estupenda porción de la ciudad, donde se instalaron a vivir la gran cantidad de inmigrantes turcos que llegaron a Berlín a trabajar después de la guerra, cuando la mano de obra alemana escaseaba y urgía reconstruir el país. Tras los turcos, que están en todas las esquinas, llegaron los restaurantes, los mercadillos y las tiendas de productos turcos, y tras ellos, los estudiantes de todas partes del mundo que necesitan un espacio barato donde vivir y los inmigrantes que sueñan con “una vida mejor”. Esa mezcla extraordinaria es la riqueza de Kreuzberg y se nota. En una esquina una carpa acoge a los activistas de cualquier causa (algo que en Berlín significa respeto y entrega) mas allá algunas tiendas recuerdan que el hombre sigue luchando por sus libertades, pero echa mano del capitalismo para hacerlo. Por todas partes Restaurantes, pubs, música y ese aire rebeldoso que uno quiere ver, pero con orden y buena cara.
En algún momento, la Oranienstrasse se cruza en el camino y el barrio sí que se pone sabroso. Es “la calle”. Nada, que no vale mucho la pena contarla porque tiene el sabor que cada descubridor quiera ponerle: Lo único que me atrevo a decir es que allí hay de todo, como en botica, y que es imposible pasarle de lado sin un par de cervezas y alguna cosa riquísima para comer.
 
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VIVE BERLIN

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Antes de seguir en el detalle de lo que fueron estos días estupendos en Berlín, tengo que hacer un alto para referirme a la mejor sorpresa que tuvimos en nuestro viaje: VIVE BERLIN, un grupo de guías que prestan un servicio A1 a precios realmente increíbles.
A ver, yo no soy viajero de guías. Yo descubro solo, yo busco el origen de las cosas, leo las historias, investigo, y cuando mucho, compro alguna buena guía impresa, de esas que dicen todo lo que uno tiene que saber y listo. Siempre lo que hago es patear calles “por la libre” y con mis itinerarios propios y mi propia manera de ver el mundo, disfruto los sitios que visito. Para ir a Berlín hice mis investigaciones y descubrí que, para ir a Sachenhausen, por ejemplo, era casi indispensable hacerlo en una visita guiada. Entonces me dediqué a buscar opciones. Un día me encontré con la página web de Vive Berlín y me pareció interesante. Lo llevaba en cuenta sin mayores planes. Pues bien, lo que acabo de contar es la historia de un amor. Que maravilla de servicio. Que gente tan preparada, tan atenta, tan dispuesta a hacer que uno la pase bien y que conocimiento tan particular de la ciudad que muestran. Nunca viví algo igual. En serio.
Es muy sencillo: se trata de un guía en español (creo que ofrecen el mismo servicio en varios idiomas, en inglés estoy seguro) que “adopta” a un grupo no mayor de 20 personas y lo lleva, a pie o en transporte público, según las circunstancias, a hacer recorridos temáticos. Mientras tanto, les van contando las historias del sitio visitado con una pasión y objetividad que no suelen ser la norma. Siempre recordaré, por ejemplo, que Pamela, nuestra guía de Sachenhausen, nos acompañó al campo, nos guió en el camino, nos narró la historia y terminó “partiendo un confite” con nosotros para indicarnos algunas cosas extras que podíamos hacer y conocer. Un segundo tour nos llevó (de la mano de Soledad, una salvadoreña de quien quede prendado para siempre) a recorrer un Berlín que jamás habríamos podido descubrir por nuestra cuenta.
VIVE BERLIN, es la mejor manera de conocer lo que Berlín tiene de turístico, de humano, de divertido y de interesante. Eso se complementa con la curiosidad de cada quien y el tiempo que cada quien quiera dedicarle a vivirlo por su cuenta.
Yo, a pesar de no soportar ni los audioguías en los museos, jamás olvidare esa experiencia y jamás terminaré de agradecerla suficientemente.

La Liberación

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De pronto, yo era libre. Repentina y espontáneamente libre. Pero… yo aun pensaba como prisionero. Es imposible entender que eres repentinamente libre. Después de haber vivido seis años como prisionero, uno no sabe qué hacer con la libertad
Zvi Steinitz (Israel)
 
El 22 y 23 de abril de 1945, terminada la guerra, los soldados soviéticos y polacos liberaron a más de 3000 prisioneros que aun estaban en el campo. Entre ellos muchos detenidos enfermos no lograron recuperar su salud y murieron en el camino a casa. Algunos se salvaron, para comenzar a vivir el dolor de la postguerra.
La suerte de Sachenhausen volvió a ser triste: el servicio secreto soviético trasladó el campo especial Nro. 7 al centro del antiguo campo de concentración de Sachsenhausen. Allí, en los mismos edificios donde los nazis habían mancillado a sus prisioneros, los soviéticos detuvieron, en idénticas condiciones, a funcionarios nazis de bajo rango, perseguidos políticos (soviéticos esta vez) y algunos delincuentes comunes o sospechosos de crímenes, que eran detenidos arbitrariamente por los rusos. Eran jóvenes, viejos, hombres o mujeres. Estaban o no marcados por su pasado nazi. Desde 1945 hasta 1950 Sachsenhausen se convirtió en el campo especial más grande de la zona de ocupación soviética. Se supone que por allí pasaron unos 60 mil prisioneros, un 25% de ellos puede haber muerto por desnutrición y malos tratos. El resto por otros motivos. Algunos sobrevivieron y pagaron condenas.
Entre tanto, una comunidad luchaba por encontrar un espacio en donde reiniciar su vida. Para muchos el sentido de libertad era una entelequia, el sentido del regreso a casa una ilusión sin sentido. ¿A que casa? ¿Con quién? Todos los que habían pasado por un campo de concentración habían perdido familia y amigos. Ninguno sabía dónde ir en una tierra arrasada por la guerra, que sufría bloqueos y otra serie de barbaridades. Era difícil comprender la libertad.
Sachenhausen fue finalmente desmontado en 1950. En 1956 comenzaron a hacerse planes para convertirlo en lugar conmemorativo y entonces se salvaron algunas de las edificaciones que hoy sobreviven. En 1961 se abrió al público como Monumento Nacional del Recuerdo y Conmemoración de Sachenhausen.
Desde entonces, Berlín se enfrenta diariamente a la historia que le cambió su historia y evita olvidar, aunque empieza a perdonar, con esfuerzo.
 
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jueves, 4 de octubre de 2012

Monumentos

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Sé una cosa más, que la Europa del futuro, no podrá existir sin conmemorar aquellos que, independientemente de su nacionalidad, fueron asesinados en ese tiempo con odio y desprecio. Que fueron torturados hasta morir, que pasaron hambre, murieron inhalando gases tóxicos, incinerados o ahorcados
Andrzej Szczypiorski
Sobreviviente del campo de Sachsenhausen
 
Ya casi llegamos al final del recorrido. Hemos visto y vivido las monstruosas historias que desde el sin sentido, dan sentido a la conservación y mantenimiento de este sitio conmemorativo. Casi al final, el corazón estrujado y el dolor de pertenecer a la humanidad que propició esta tragedia, me llenan de lagrimas los ojos.
Alrededor de mi llanto, varios grupos escultóricos dan la estocada final. El “Monumento Nacional del Recuerdo y la Conmemoración” por ejemplo: un obelisco de 40 mts de alto adornado con triángulos en su parte superior (en homenaje a los grupos humanos que estuvieron aquí detenidos, los que se identificaban con un triangulo de color determinado pegado a sus ropas) y algunas esculturas juntas que simbolizan solidaridad. Este obelisco preside todo el Memorial y se convierte fácilmente en el más importante monumento del campo. Aunque no es el único.
En la zona de crematorios existe una bellísima escultura de bronce que simboliza la muerte de ilustres prisioneros abandonados en el confinamiento solitario, o campo especial, y un poco más allá, donde estuvo el primer crematorio, una fosa común marca el espacio donde fueron enterrados, en el mayor anonimato, mas de 7000 personas. Ese sitio está marcado por un austero monumento memorial. Eso es lo único que queda.
 
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