jueves, 13 de enero de 2011

LAWTON




Divertida sobremesa y un poco de “cubaneo” antecede la segunda salida del día.
De los cubanos todos tenemos información básica: Hacen bulla, son voluptuosos, les gusta el drama y, a pesar de los pesares, van a ofrecerte una risa contundente y una frase que resuena a punto y aparte. No hace falta, cree uno, venir a La Habana a vivirlo. Pero, aquí todo adquiere otra dimensión. En la tierra de ellos, EL CUBANEO es un rito ineludible de la buena mesa que no puede describirse y se disfruta en cada bocado.
Es la misma sensación que minutos más tarde me golpeará con efectiva solidez, cuando salimos de la casa de nuestra amiga y enfilamos a un barrio apartado de la ciudad, a donde mi guía tiene que llevar a su madre.
Es entonces cuando empiezo a descubrir que ha valido la pena esperar todos estos años para palpar una verdad que se nos antoja imposible: Tal vez mas que en cualquier otro lugar, las diferencias sociales son dolorosamente palpables en la sociedad comunista.
A medida que avanzamos, el paisaje empieza a nublarse de estrías: paredes descascaradas, calles cada vez más estropeadas y soluciones "habitacionales"cada vez más insólitas. Es el camino a LAWTON, uno de los barrios pobres de la ciudad. El mismo lugar que posiblemente nunca se le mostrará a un turista. Para esta zona de la ciudad no hay buen transporte público y no hay eficiencia en sus servicios. Tampoco veo (como en zonas “mejores”) trabajos de remodelación o acomodo a casas que parecen quebrarse ante nuestros ojos y, para transitar sus calles, hay que ser experto esquivador de baches. En las aceras, jóvenes mulatos que parecen estar allí para que el tiempo pase y ellos se pongan viejos y en alguna esquina, como una visión desafiante de heroísmos, una construcción inverosímil alberga un solar bullicioso al que se olvidó de llegar el hombre nuevo.
Un amable oasis vuelve de inmediato a reconciliarme con la belleza; y es que puestos a ser gentiles, estas gentes se las saben todas. Se que otros descubrimientos, tal vez más dolorosos, acompañaran otras visitas; pero, estoy seguro que en cada abrazo desconocido, mi corazón recibirá una razón para comprender que a todo se sobrepone uno en esta vida. Incluso a la mentira.

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